Uno de los hongos o setas comestibles más fáciles de distinguir es la Coprinus comatus, también conocida como chipirón de monte, apagavelas, barbuda o sombrerillo. Aparece habitualmente en praderas baldías, campos degradados y márgenes de caminos, con un pie largo y delgado que se separa con facilidad del sombrero blancuzco.
Su nombre Coprinus
–del
griego kopro– significa literalmente “vivir
del estiércol”, una denominación que le viene como anillo al dedo, dado que se
nutre de la materia orgánica, rica en nitrógeno, que encuentra en su hábitat.
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La Coprinus comatus en el campo |
Curiosamente, con las esporas de esta seta, al descomponerse, se puede fabricar una tinta que, durante el medievo, fue empleada con profusión. De su importancia dan fe muchas miniaturas de la época, que nos muestran al diablo tratando de robar este preciado producto. Recientes investigaciones han encontrado trazas de tinta de este hongo en los manuscritos del Mar Muerto y en el Evangelio perdido de Judas.
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Monge en su scriptorium |
Durante la Segunda Guerra Mundial, la línea que separaba la
vida de la muerte era muy delgada. Disponer de un documento o pasaporte que
permitiera el libre movimiento por la Alemania nazi o la Francia ocupada era un
lujo que no estaba al alcance de cualquiera y que podía evitar la deportación a
los tenebrosos campos de trabajo alemanes.
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Pasaporte alemán |
Lo que este buen hombre no sabía es que el contraespionaje
nazi contaba entre sus filas con un aliado de excepción, el hongo Coprinus comatus. El servicio de inteligencia
teutón descubrió por pura casualidad que, mediante el uso de su tinta, se podía
verificar la autenticidad de los documentos alemanes. El proceso que las
autoridades nazis llevaban a cabo era muy sencillo: a la tinta habitual que
usaban para redactarlos, añadían la tintura obtenida a partir del hongo.
Para verificar posteriormente la autenticidad de un
documento, bastaba con analizar su escritura bajo un microscopio: si se encontraban
trazas de esporas, la legitimidad era incuestionable. En caso contrario estaban
ante una falsificación y el portador acabaría malamente su aventura.
De esta forma, el Coprinus
comatus se convirtió en un involuntario cómplice en aquel mundo de
pesadilla nazi.